16 de abril de 2010

Carta, de Dionisio Ridruejo




Existen estadísticas. Sabemos
cuántos corazones humanos se paran por minuto.
Y vivimos en paz. También al nuestro
le llegará su hora.
Pero estamos metidos en el salón de espejos
donde el mundo se hace.

En cada espejo afirma y nos afirma
y lo afirmamos. Cuando alguno quiebra
o se desluce repentinamente,
hay un largo vacío de tiniebla
como cuando una luz se apaga en un discurso
y lo disuelve.

Ha llegado la hora y no ha llegado.
El espejo abolido abre otra galería
que da hacia lo irreal y el mundo queda
como en suspenso. Pronto reanuda
su imperio. Están los otros y hasta alguno
nuevo para volvernos al oficio
que no consuela lo que pierde.

Porque quedamos empañados, vueltos,
en un vapor de niebla,
hacia la galería tan profunda como el dolor,
tan rica en fantasmas como la vida misma
ya casi por entero desovillada en nuestros pasos.
Caminando por ella,
recreando sus escenarios con relieve sordo
se va embotando lo que fue punzante
como la sobrecarga del latido
que se abulta en la soledad del sufrimiento
y se hace ya desgana de volver al presente.

Se endulza a más dolor,
a dolor apiado,
volviendo la cabeza con los ojos llovidos,
llevándonos a hablar con nuestros muertos.


 
Dionisio Ridruejo (1912-1975)

Intelectual, combativo e idealista, Ridruejo es el perfecto ejemplo de la imposible afinidad entre rebeldía y poder. Exaltado falangista en su juventud, comprendió pronto que el idealismo de uno u otro color acaba siempre prostituido y maniatado por el poder establecido. Huyó de una España en la que ya no creía y acabó de nuevo alineado contra su régimen, esta vez junto a los demócratas. ¿De qué lado combatiría un Ridruejo en nuestros días? Solo las letras se mantienen fieles a la naturaleza del Hombre.

2 comentarios:

Dubijacida dijo...

ME GUSTA

Sergio Perea dijo...

¿Dubijacida? :-P